Historia

La Hermandad devocional. Siglos XVII y XVIII

En este barrio popular, de tan honda raigambre histórica, apareció aquella devoción al Cristo de los Favores, que traspasó sus límites y se extendió por toda la ciudad y los pueblos de la Vega, cuyos habitantes venían a postrarse ante la imagen pétrea del Crucificado para implorar sus favores, especialmente, cada viernes del año. Esta devoción pronto cuajaría en una congregación de fieles para darle culto externo e interno, en este último caso, en la iglesia cercana del Patrón de Granada, San Cecilio.

Ya había comenzado la devoción durante aquellos cuarenta años que la imagen permaneció en la plaza del Realejo Alto, separada de la del Realejo Bajo por una fuente para abastecer de agua a vecinos y caballerías; era, por lo tanto, un lugar muy concurrido al que se añadía el bullicio de un mercado callejero de telas y carnes, que allí se instalaba cada día. Quizá, buscando un espacio más amplio y tranquilo se decidió en 1682 trasladar el monumento del Cristo al cercano Campo del Príncipe, donde aún lo encontramos hoy después de 350 años.

En años cercanos a ese traslado al Campo del Príncipe se forma la congregación de devotos que le dará culto al Cristo con la advocación de popular de Favores. Tiempos de epidemia de peste bubónica, que padeció Granada en 1679 y 1680, fueron aquellos en los que se conformaba su hermandad de devotos. La ciudad quedó asolada con miles de muertos, acudiendo los granadinos a implorar el auxilio de las imágenes de mayor devoción de la ciudad, para que cesara la epidemia y varias cofradías se fundaron por ese tiempo (Cristo de la Salud, San Agustín, Favores, Nazareno de las Tres Caídas…etc.).

Pero la hermandad necesitaría una imagen a la que dar culto interno e, incluso, con la posibilidad de procesionarla, cosa que era imposible en el caso del Cristo del monumento, origen de la devoción. Para dicha finalidad eligieron a un Crucificado de la iglesia de San Cecilio, su sede. Se trata de una imagen de finales del siglo XVI o principios del XVII, cercana al arte del maestro Pablo de Rojas, del que presenta su característico contrapposto y el volumen craneal, entre otras características.

Calcografía de 1788. Col. Museo Casa de los Tiros
Cristo de los Favores de la iglesia de San Cecilio

La hermandad parece que consiguió que se le cediera para sus cultos (al menos en 1733 allí residía), la cuarta capilla, entre la de Nuestra Señora de la Salud y la de Nuestra Señora de Paz (que parece que era en la que hoy se venera a María Stma. de la Misericordia Coronada):

“(…) la quarta capilla en la que esta colocada la Stma. Ymagen del Xpto con el titulo de los Fabores que está el culto a cargo de su hermandad (…)” (1).

Dicha capilla se dotó de un retablo barroco, que probablemente se perdió en el incendio de la iglesia de San Cecilio, producido el 22 de diciembre de 1969. Dicho retablo se comenzaría a dorar en 1772- al menos, la hermandad estaba recogiendo limosnas en esa fecha para su dorado-, pero no sabemos si se llegó a realizar pues unos años después esta antigua hermandad del Cristo de los Favores entró en una profunda crisis.

Como documento que alude a la iniciación del dorado del retablo o, al menos, de la intención de realizarlo, hay un recibo firmado por el mayordomo de la Hermandad, Gabriel Cirilo Moreno, sobre el cobro de 194 reales de vellón para dicho dorado, cantidad que le entrega el cura de San Cecilio, Miguel Torres Díaz de Lara, que tenía en su poder. También otros directivos, como Antonio de Aragón, que había sido mayordomo, dio 35 reales.

“Como mayordomo que soy de la Hermandad del Smo. Crysto que se sirve en esta Yg. del Sr. San Cecilio de esta ciudad de Granada, recibí del Sr. Dn. Miguel Torres, cura de dicha Yglesia ciento noventa y cuatro r. de vellon, limosna que paraba en su poder para aiuda a dorar el retablo de la Capilla de dicho Smo. Chrysto y son para dar principio a dicho dorado (…) firmé en Granada y octubre 24 de 1772” (2) .

La hermandad cuidaba tanto del monumento al Cristo del Campo del Príncipe, al que le encendía los faroles de la reja, como a la imagen de la capilla, en la que ardía permanentemente una lámpara de aceite, y, cada viernes del año se le ofrecía una misa cantada, así como, las misas de memorias que hermanos y devotos tenían encargadas. La hermandad celebraba dos fiestas anuales: una el día 1 de enero, fiesta litúrgica de la Circuncisión de Jesucristo, y el día 3 de mayo, día de la Invención de la Santa Cruz, en el que se adornaba la capilla con ramos de flores y colgaduras.

También, se realizaban cultos el Jueves Santo y al final de año, al día siguiente de la Navidad, se celebraba el cabildo de elecciones para nombrar los cargos de la hermandad, cuyo mandato tenía una duración de anual, como era costumbre en casi todas las hermandades, tomando posesión de sus cargos en los primeros días de enero, en que rendían cuentas los mayordomos salientes, que habían de entregar una libra de cera al finalizar su mandado, y recibían los bienes y alhajas los mayordomos entrantes, realizándose un inventario de los mismos.

Entre esos bienes de la hermandad, que conozcamos, estaban algunos censos sobre inmuebles, como el de cien ducados que grababa una casa en la calle Plegadero Alto, cerca de la iglesia, cuyo censo pagaba el portero de la Real Chancillería, Francisco del Mármol, y que, en 1703, trató de redimir Juan Tovar y Peñalver. Otros recursos de la hermandad eran las limosnas que los hermanos recolectores recogían en una bacinilla de plata.

Aunque la devoción al Cristo del monumento del Campo del Príncipe no había disminuido entre la población granadina y, especialmente, la del Barrio del Realejo, la Hermandad, sita en la iglesia de San Cecilio, presentaba durante el siglo XVIII una vida un tanto precaria, que la llevarían a su casi desaparición en la década de los años ochenta de dicho siglo.

Un inventario de las pertenencias de la Hermandad, realizado en 1777, nos da cierta idea del aspecto que presentaba la imagen y capilla en esa época. El inventario se realiza con motivo de la entrega de bienes del mayordomo saliente, Manuel Moreno, al entrante, Manuel de Estrada. El dicha entrega se aprecia que la imagen poseía una diadema o nimbo de plata sobre una corona de espinas, asimismo de plata. Aún dichas diadema y corona las llevaba la imagen en 1928, cuando se funda la hermandad de penitencia actual. Detrás del Cristo, como fondo, se ponía un cortinaje o velo de raso color verde adornado con puntas doradas y otro de color morado, seguramente para tapar la imagen en tiempo de Semana Santa. También, se le sobrevestía con un “sudario” o “tonelete”, de la cintura para abajo, como era costumbre en los Crucificados de esa época. De estos perizomas de tela la imagen tenía cinco: uno de “preciosa” con galón de oro; otro de color verde, que era el más antiguo; otro blanco con fino encaje; otro morado de “colina” con galón dorado y otro de color blanco que se le añadiría unos años después (3).

El altar del Cristo se completaba con dos frontales, uno carmesí y otro verde, que normalmente solían estar bordados con sedas o de brocado. Y para alumbrar la capilla, había cuatro candelabros de bronce, seguramente en el altar o junto a él, más dos lámparas: una de bronce con cristales, de las de forma de araña, y otra de azófar. Llegada la Semana Santa la capilla se adornaba con colgaduras y cirios encendidos para los oficios del Jueves Santo; asimismo, para la función del día de la Santa Cruz se engalanaba con ramos de flores, como se ha dicho.

También poseía la Hermandad en el Campo del Príncipe 19 árboles de álamo negro y 2 de blanco, que los había plantado el que fue hermano mayor, Carlos de Palencia, seguramente para crear una frondosidad en torno al monumento del Cristo y embellecer el lugar.

En el año 1778, la Hermandad comenzó a padecer una profunda crisis, de la que empezó a ser exponente el rechazo de algunos mayordomos elegidos a ostentar y tomar posesión de su cargo. Así, ese año, los mayordomos, Blas Martínez, y Fernando y Agustín de Aragón, al final de su mandato, tuvieron que entregar las cuentas y bienes de la corporación al beneficiado de San Cecilio, Alfonso Gámiz de la Parra, por no haber sido elegidos nuevos mayordomos. Dicho beneficiado, aunque las recibió, no estuvo conforme con las mismas y pidió que se convocase a la Hermandad para que se rindieran de nuevo, manifestando además en un informe, elevado a la autoridad eclesiástica, que en la parroquia no existía una hermandad del Cristo de los Favores, sino una concordia de devotos, sin constituciones, que elegían unos comisarios para el cuidado de las luces del monumento del Cristo y de la lámpara de la capilla, valiéndose de las limosnas que recogían para ese fin y de un censo de 100 ducados (parece que sobre la casa que tenía en el Plegadero Alto). Una excusa, sin duda, pues muchas hermandades en aquellos tiempos se fundaban y permanecían bastantes años sin reglas.

Por otra parte, parece que ciertos mayordomos habían cometido determinados fraudes, pues se insta a los que habían ostentado el cargo en los cinco últimos años a que presenten las cuentas de su gestión, porque se apreciaban que existían ciertas irregularidades en ellas, y se convoca un cabildo general para el día 10 de enero de 1779, en el que se trataría de comprobar la situación de la hermandad.

Cristo de los Favores de la iglesia de San Cecilio (círculo artístico de Pablo de Rojas). Fot. Año 1929

En dicho cabildo general se expusieron deficiencias tales, como el que no se celebraban todas las misas de las memorias o mandas, ni las los viernes; que los faroles del monumento y la lámpara de la capilla se apagaban a las nueve de la noche, cuando debían de estar encendidas toda ella. Finalmente, se nombraron por aclamación tres comisarios: Miguel Larrio, Antonio López y Bernardo de Luque con un secretario, Juan de Estrada, para tratar de solucionar las deficiencias y reorganizar la hermandad.

Por su parte, el Provisor y Vicario General de la diócesis, Antonio de la Plata, visto en informe del fiscal, que solicitaba que se sobreseyera el asunto y se admitieran las cuentas de los mayordomos anteriores, que debía firmarlas el beneficiado parroquial y el secretario, dictó un auto por el que mandaba evitar “discordias y desazones”; que no se admitieran gastos secretos, sino solo los dedicados al culto y veneración del Cristo; que se formaran unas constituciones para su permanencia en el tiempo, puesto que la hermandad estaba funcionando sin ellas, y sin ellas no podía subsistir la congregación, porque así los disponían las leyes del Reino. Asimismo, disponía el auto que Blas Martínez, que había sido mayordomo a pesar de tener prohibido manejar los bienes de la cofradía por su condición de hijo de militar y soldado, podría desempeñar otros cargos en la congregación.

Los últimos comisarios o mayordomos de los que tenemos noticia, Miguel Tarrio, Antonio López y Bernardo de Luque, que como se ha dicho fueron elegidos el 10 de enero de 1779, aceptaron el cargo, pero declaraban unos meses después que el auto no se había puesto en ejecución, ni se habían entregado los bienes, libros y alhajas de la corporación.

Parece que la hermandad al no contar con reglas aprobadas pudo ser suspendida, aunque el culto y devoción al Cristo de los Favores continuó en las siguientes décadas; de ello hay noticias de funciones o fiestas que se celebraron después de la ocupación francesa en 1812 y 1813, seguramente se hicieran más años, pues el fraile Fray Antonio de Palencia tenía la obligación de decir misas a devoción del Cristo, quizá por alguna memoria (5). Pero no será hasta 1820 cuando se produce un intento de reorganizar la hermandad, aunque éste, como veremos, resultó fallido.

Intento de restablecer la hermandad en 1820

Los rescoldos de aquella hermandad aún vibraban en 1820, cuarenta años después de los últimos acontecimientos que hemos relatado. Y es que, en ese año, un grupo de personas, encabezadas por Juan Sola, Manuel Ruiz, Joseph y Pedro Sánchez, devotos del Cristo, vecinos del Realejo y feligreses de la parroquia de San Cecilio, en cuyo grupo figuraban también algunos que habían sido mayordomos de la decaída corporación, como Blas Martínez y Fernando de Aragón, dirigen a principios de 1820 una carta al Provisor de la diócesis, Antonio Martín Montijano, para solicitarle que se restableciera la hermandad.

“Que mediante los tiempos que ha habido de decadencia y en la dominación francesa y hallándose en esta feligresía la hermandad del Santo Cristo de los Fabores y otra efigie en el sitio llamado del campo del Príncipe, cercado de álamos y no teniendo culto tanto en la iglesia como en el sitio nombrado, a VS. Suplicamos se sirva mandar y decretar que mediante ser una hermandad antigua se elija cuatro de los que componen, a son de campana, como siempre ha sido acostumbrado, y en seguida se nos entreguen las alajas, que paran en poder de Manuel Garzón (lo piden en nombre de toda la feligresía) para el aumento del culto y veneración de Ntro. Señor” (4).

Ante esa petición el Provisor pidió un informe al párroco de San Cecilio, que no pudo ser más demoledor, afirmando que los solicitantes había abusado con mala fe y engaño del Provisor y del cura de San Cecilio, que había pedido que se le informase sobre la hermandad y sus libros; que no acudía a la santa misa, a la que asistían solo 14 o 15 personas, y que se jactaban de ser cristianos, cuando solo asistían al culto si “hay tambores, platillos y alboroto, más propio de un paseo profano”. Añadía en su informe, que suponían los solicitantes que todos los feligreses reclamaban el restablecimiento de la hermandad, cuando muchos de éstos habían venido a quejarse al cura para que la hermandad no se restableciera, pues la feligresía era pobre y los feligreses ya estaban acosados todos los domingos por las demandas de las otras hermandades de la iglesia, como eran la de las Ánimas, la de Ntra. Sra. de la Salud y la de Ntra. Sra. de la Paz, y tenían que dar vueltas y rodeos para esquivar a esos limosneros.

Con este informe negativo, el Provisor decretó que no había lugar al restablecimiento de la hermandad. Independientemente de las razones objetivas que llevaron a negar la reorganización de la hermandad, no cabe duda de que en este episodio se volvía a manifestar esa sempiterna oposición del clero a facilitar el establecimiento y creación de hermandades, estando en el fondo, a mi juicio, motivos de carácter económico, al constituir las hermandades una realidad competencial para la parroquia en cuanto a las limosnas que se recogían de los feligreses, que en su mayor parte eran personas pobres o de escasos recursos económicos.

A pesar de la negativa a restituir su antigua hermandad, la devoción al Cristo del Campo del Príncipe siguió siendo la predilección de los granadinos, y a los pies de su monumento nunca faltaban ofrendas de velas encendidas y flores, de modo que, no estaba nunca abandonado aquel devoto lugar.

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